Presentación.

jueves, 18 de noviembre de 2010

 

Facultad de Ciencias Sociales y Politicas de la Universidad Autonoma de Baja California 
(Sede Mexicali)
Jueves 18 de noviembre a las 16y30 Horas
Participan: Dr. Luis Enrique Concepcion, Dr. Manuel Ortiz, Dr. Carlos Moreira.

Izquierda. Por qué todavía se puede diferenciar de la derecha

domingo, 14 de noviembre de 2010

por Michele Salvati (*)

“Derecha e izquierda: ¡qué aburrimiento! ¿Todavía se habla de eso? ¿Todavía no se entendió que, si estos conceptos hace un tiempo tenían sentido, hoy ya no es así? ¿Qué hoy los políticos, más allá de la retórica de los programas, hacen más o menos lo mismo? ¿Y que hasta las retoricas se han acercado tanto que difícilmente se las puede diferenciar? ¿Cameron y Fini son de derecha? ¿Blair y Schroder eran de izquierda?” Así explotarían hoy muchos de aquellos que, ayer, jugaron su experiencia política sobre la existencia y el contraste entre derecha e izquierda.
Me motivo en un libro recién publicado por Il Mulino – Franco Cazzola, Qualcosa di sinistra. Miti e realtà delle sinistre al governo – para exponer tres convicciones maduradas hace tiempo.
A) La primera es que, en el plano de los principios, derecha e izquierda definen dos posiciones políticas – dos visiones de la sociedad deseable – no sólo diferentes, sino netamente contrastantes. También hoy, no menos que ayer. 
B) La segunda convicción es que en el plano de las políticas concretas – de lo que los partidos políticos de derecha e izquierda hacen cuando están al gobierno, o incluso declaran que harían cuando están a la oposición – hoy no es posible una distinción igualmente clara y entonces los ciudadanos que se muestran aburridos o irritados cuando escuchan hablar de derecha e izquierda tienen buenas razones por estarlo.
C) Ilustraré más adelante la tercera convicción. Ella se ha formado tratando de contestar a esa pregunta: ¿si la diferencia entre derecha e izquierda es tan neta en el plano de los principios, por qué no se la encuentra en el plano de las prácticas reales de los partidos? ¿Por qué los partidos de izquierda no hacen o por lo menos dicen “algo de izquierda”?
Buena parte del ensayo de Cazzola atañe el punto b) y trata de las políticas implementadas por los partidos de izquierda en trece Países europeos desde la posguerra hasta hoy: ¿fueron diferentes a las de las derechas? Dicho de otra manera: en el plano de las decisiones de gobierno, ¿un partido de izquierda hace realmente la diferencia? Ahora, debiendo relacionar los programas con los principios, las acciones de gobierno con los partidos que pertenecen a las dos diferentes familias políticas, un desarrollo del punto a) resulta inevitable y de hecho el autor lo aborda en el primes capítulo. Para los propósitos que pretende conseguir pueden ser suficientes los pocos flashes que él saca de la inmensa literatura sobre el problema. Pero para mostrar que los principios que diferencian derecha e izquierda cambiaron poco desde cuando fueron forjados en el clima revolucionario de fines del siglo XVIII, que todavía ellos son en fuerte contraste, y que el actual parecido entre los partidos en el plano de las políticas no se debe ni a una atenuación del conflicto entre los principios, ni al agotamiento de la materia de la disputa…para demostrar todo eso hay que ir más a fondo.
Hay que empezar por aquello que, con Martinelli y Veca, llamamos Progetto 89 (Il Saggiatore, 2009) y mostrar que tal proyecto – el proyecto de la izquierda – es todavía defendible teóricamente y radical en sus propuestas de reforma: para convencerse de eso es suficiente leer el delicioso librito de Gerald A. Cohen Socialismo, perchè no?, recién publicado por Ponte alle Grazie. Promover conductas y crear instituciones que permitan a todos desarrollar libremente sus propias facultades; favorecer una real igualdad de oportunidades e ir más allá, atacando todas las ventajas/desventajas de las que no se tiene el mérito/demérito, también las debidas a causas naturales o a  fortuna; hacer todo ciudadano activo en las deliberaciones políticas de su propia comunidad a través de un incesante estímulo a la participación democrática: todos objetivos – se pueden agregar otros – que descienden de los principios de la gran revolución, de liberté, egalité, fraternité, y que hoy no han sido aproximados siquiera donde los derechos políticos y sociales son defendidos al nivel más alto, en los míticos pequeños Países de Europa del Norte. Un libro extraordinario hace poco traducido al italiano, la suma de las búsquedas de una vida del más grande economista y filósofo político contemporáneo (Amartya Sen, L’ idea di giustizia, Mondadori), ofrece una justificación moderna y sólida del más que bicentenario Proyecto 89, una formidable batería de herramientas teóricas que pueden ser utilizadas por quienes quieren terminar con desigualdades injustificadas y quieren luchar contra la injusticia. ¿No deberían ser, éstos, los partidarios de la izquierda? ¿Entonces por qué los partidos de izquierda no se oponen con coraje a desigualdades e injusticias, incluso evidentes y ofensivas? ¿Por qué parecen igualmente vacilantes y cautos como los partidos de derecha, justificando la impresión común que derecha e izquierda no hagan diferencias? ¿Qué fuerzas los retienen? 
Antes de enfrentar este problema es necesario corroborar que la asombrosa convergencia entre derecha e izquierda, no sólo en los resultados obtenidos por los gobiernos sino en las mismas propuestas de los partidos, efectivamente exista; es necesario medirla y ver sus diversos aspectos en diferentes Países y etapas históricas: es lo que Cazzola hace en la mayor parte de su ensayo. Aquí no podemos seguirlo de cerca porque el análisis es muy articulado. El largo período posbélico está dividido en tres sub-períodos (de 1946 a 1974; de 1975 a 1991; de 1992 a 2007). Para tener en cuenta influencias culturales, económicas e institucionales comunes los 13 Países están divididos en cuatro subconjuntos (las pequeñas democracias asociativas, Austria, Bélgica y Holanda; las democracias escandinavas, Dinamarca, Noruega y Suecia; las grandes democracias europeas, Francia, Reino Unido y Alemania; las nuevas democracias, España, Portugal y Grecia), a los que se añade una “vigilada especial”, Italia. Después de eso se toman en cuenta unas variables económicas que pueden ser manejadas por los gobiernos y que deberían señalar su orientación de derecha o de izquierda (ingresos y gastos de los balances públicos en relación al PBI, déficits y deuda, presión fiscal e impuesto directo e indirecto, entidad y naturaleza del gasto público). Finalmente se evalúan, como resultados, el crecimiento, la inflación y el desempleo entre los datos macroeconómicos; las huelgas como indicadores de consenso/disenso; la distribución de la riqueza y del rédito como indicador de justicia social.
¿En qué medida, para cuáles países, en qué períodos, resulta confirmada la hipótesis que…la izquierda actúa como izquierda? ¿Qué amplía las tareas del sector público, sobre todo por gastos de welfare? ¿Y qué consigue, entre los resultados, una distribución del rédito menos desigual, a lo mejor en perjuicio de una mayor inflación y mayores déficits? La confirmación es dudosa y parcial – en algunos Países, en algunos períodos, para algunos objetivos la izquierda actúa como izquierda y en otros no – pero tengo que remitir al libro para una evaluación analítica de los resultados. Aquí me limito a observar que el procedimiento adoptado por Cazzola es cualitativo y descriptivo y no permite conclusiones revisables estadísticamente. Mas una evaluación en su conjunto es sólida y la resumiría así.
Los resultados de “izquierda” en el plano de las variables macroeconómicas y distributivas consideradas dependen de tres órdenes de causas. Causas estructurales profundas, de naturaleza económica, institucional, social y cultural. Eso se ve claramente comparando los cuatro grupos de Países: al neto de todas las otras influencias, los pequeños Países nórdicos y asociativos tienen mejores resultados que los otros, y sobre todo que los Países de nueva democracia. Causas relacionadas con las grandes fases del régimen económico-político internacional: durante los treinta años de la edad del oro, desde el fin de la guerra hasta fines de los años Setenta, era fácil y redituable a nivel electoral hacer “cosas de izquierda”, y también las hacían los gobiernos conservadores, no sólo los socialdemócratas. En los treinta años sucesivos, durante el régimen neoliberal y globalizado, la situación se revirtió, y también los partidos de izquierda están obligados a hacer “cosas de derecha”: los resultados en conjunto son los maravillosamente descriptos por Andrew Glyn (Capitalismo scatenato, Brioschi editore). Y finalmente, tal vez menos importantes que las otras dos aunque influyentes en algunos momentos y para algunos Países, causas relacionadas con la ideología de los partidos al gobierno, con su ser de derecha o de izquierda. Vinculados por herencias históricas de naturaleza social, económica y cultural difícilmente modificables, por un lado, y condicionados por el régimen económico-político internacional prevalente, por el otro, los gobiernos de izquierda disponen de márgenes  de maniobra para cumplir con la propia orientación ideológica, pero “algo de izquierda” a veces logra pasar. Se trata de conclusiones adquiridas hace tiempo, mas que Cazzola ilustra con lujo de detalles.
Concluyendo. Las orientaciones ideológicas de los partidos al gobierno cuentan, pero no tanto como para derrotar la impresión difusa que se non è zuppa è pan bagnato; que, una vez en el gobierno, y cualquiera sea su orientación, los políticos hacen “más o menos” las mismas cosas y entonces que dejen de aburrirnos con la derecha y la izquierda. Es una impresión entendible pero hay que combatirla, y por dos motivos. El primero es que en el “más o menos” pueden esconderse diferencias significativas, totalmente suficientes para justificar una decisión electoral para una u otra parte: no lo pusimos en evidencia porque Cazzola se limita a indicadores de policy de naturaleza casi exclusivamente macroeconómica, en los cuales los márgenes de autonomía de cada gobierno son menores. Pero no existe sólo la macroeconomía y en las otras políticas los grandes principios, más libres de vinculaciones externas, pueden ejercer una notable influencia: bioética, laicismo, inmigración, política exterior, legislación laboral, educación, políticas de género no son temas menos significativos que las asignaciones en tema de welfare o de la relación entre gasto público y PBI. Pues, basarse principalmente sobre datos macro puede dar una impresión engañosa sobre cuanto es de derecha/de izquierda un partido o un gobierno. El segundo motivo es aún más importante: hay que hacer frente a esa impresión porque desacredita no solamente los partidos y los gobiernos, sino los mismos principios. Derecha e izquierda serían palabras vacías, mamparas ideológicas sin espesor, pretextos para ocultar un puro juego de poder por parte de políticos mezquinos y auto-interesados. No es así: aunque los políticos son muchas veces mezquinos y auto-interesados, esas palabras  resumen la entera historia de la política contemporánea europea y hay que tomarlas en serio. ¿Pero entonces por qué el contraste entre los principios no logra transformarse en una clara oposición de elecciones políticas por parte de los partidos que afirman compartirlos?
La respuesta a esta pregunta expresa mi tercera convicción, el punto c) antes mencionado: eso ocurre porque, una vez que la izquierda abandonó la gran narración socialista, y con ella el proyecto de una colectivización de los medios de producción; una vez que aceptó el mercado y la propiedad privada; una vez que decidió jugar su partido de manera reformista, dentro el capitalismo mundial, ella enfrenta una situación difícil, una tarea de Sísifo, como la represento en mi reciente ensayo (Capitalismo, mercato e democrazia, Mulino). La situación es difícil porque las herramientas de la izquierda reformista son las de la democracia, por ende del Estado nacional, el único en el que opera algo que a la democracia se parece, mientras las fuerzas que la izquierda debería controlar son las del capitalismo global. Y para controlarlas no alcanza la voluntad de una sola democracia, de un solo Estado, además – en el caso italiano – de escasa relevancia en los equilibrios geopolíticos mundiales: hasta que no se realice la utopía de una democracia cosmopolita, el control puede ser obtenido sólo a través de fatigosos acuerdos internacionales. Ciertamente, parte integrante de la política de un País debería ser la búsqueda de tales acuerdos, de una arquitectura de reglas internacionales que estén en condición de prevenir crisis desastrosas como la que estalló hace dos años. O de disminuir presiones competidoras que crean profundos malestares en las clases más débiles, en los trabajadores expuestos a la competencia internacional. Pero si estos acuerdos no se logran, si los otros Estados se oponen por razones de interés nacional, si un País se encuentra solo en la lucha, en el contexto de las reglas que hoy prevalecen, ¿cuál es la respuesta? ¿Hay una respuesta de izquierda y una de derecha al caso Pomigliano? ¿Es de “izquierda” la respuesta de la Fiom y es de “derecha” la de Ichino? Si se responde de la primera manera, la respuesta, aunque comprensible, corre el riesgo de ser dañina. Si se responde de la segunda, ¿cómo se hace para evitar la impresión que derecha e izquierda no se puedan diferenciar?        

(*) Tomado del Corriere della Sera, 24-10-2010. Traducción para este blog de Mariangela Di Bello