Nuevos paradigmas La extrema (útil) transparencia de Wikileaks

sábado, 1 de enero de 2011

por Lorenzo Sassoli De Bianchi (*)


El caso Wikileaks nos recuerda que el mundo está viviendo una verdadera revolución con algunas características inéditas: es global, viaja a altísima velocidad y no ocurre en las calles con barricadas y gases lacrimógenos. Esta insurrección tiene lugar en nuestras mentes: está cambiando la naturaleza de nuestra sociedad, está transformando la política, la economía, el trabajo, nuestra vida privada. Es la tercera revolución de la comunicación y del conocimiento en la historia humana. Después de la invención de la imprenta (Gutenberg 1453) que recuerdo vehiculó, entre otras cosas, la Reforma protestante y el Iluminismo; después de la invención de la radio (Marconi 1896), al final del siglo pasado nació la Web, la aldea global profetizada por McLuhan. Desde ese momento, el conocimiento se volvió, más que nunca, terreno de confrontación para Estados, Naciones e individuos. La importancia de Wikileaks no reside en la revelación del último secreto, sino en la tecnología que la hizo posible, la cual demuestra ser un arma potentísima para develar mentiras oficiales y defender derechos humanos.
Hay que admitirlo: ingresamos a la era de la participación: hay una generación que se crió online y quiere descubrir y conocer el mundo por su cuenta confrontándose con quienes comparten este interés.
Es una situación totalmente nueva con reglas todavía por escribir. Si nuestras organizaciones políticas, económicas, sociales y culturales no se adaptarán, inevitablemente sucumbirán. Esto porque la sociedad de la información lleva a un conocimiento siempre mayor y quien tiene acceso a informaciones relevantes va a desafiar todo tipo de autoridad. Es un cambio radical de poder. “Power to the people”, cantaba John Lennon: el poder es cada vez más de la gente: el gran proyecto socialista, el sueno de transferir el poder al pueblo no lo están realizando los discípulos del comunismo, sino los “nativos digitales”, los chicos criados con la Red.
La consecuencia de todo eso es la creciente necesidad de transparencia. El estúpido, sumiso y humilde ciudadano murió: los electores desafían a los políticos, los empleados desafían a los dirigentes, los estudiantes a los profesores y a los legisladores, los pacientes desafían a los médicos, los hijos a los padres, los consumidores a las empresas, las mujeres desafían a los hombres.  El mundo digital pone al desnudo a los reyes: Obama se vuelve transparente, la ONU se vuelve transparente, los poderes de cada Estado y gobierno se vuelven transparentes. “Es el asalto a los Palacios de Invierno, que asusta a los falsos tronos donde se sientan, muchas veces, falsos reyes”, así escribe, con gran lucidez, Barbara Spinelli. Si eso es cierto, en lugar de demonizar a Wikileaks y a los editores que publican los dossiers es mejor que quien se ocupa de la cosa pública asuma que el deber de la transparencia es hoy el imperativo categórico y que todo lo que se diga y haga en nombre de la democracia es, in primis, de publico interés. Y es igualmente evidente que estrictamente relacionada con la transparencia está la responsabilidad. Responsabilidad de aquellos a quienes elegimos para gobernarnos los cuales se muestran bastante molestos si lo que dicen y hacen se transparenta a quienes los eligieron. La nueva democracia, guste o no, se cumplirá solo cuando todos sepan lo que realmente piensa y hace quien nos gobierna: vamos a ser libres solo cuando los gobiernos dejen de ocultar las cosas a sus propios ciudadanos, es decir, a los que se supone deberían servir.
Wikileaks está bajo ataque en todas partes del mundo, su sitio Web esta luchando para permanecer online. Assange será abandonado a su destino, pero se está tratando de matar al mensajero para no enfrentarse con el mensaje. Podemos debatir sobre Wikileaks cuanto querramos pero, al final, importa poco, porque la revolución silenciosa en acto perturbará inevitablemente el mito del secreto en las instituciones. El viento ha cambiado: sólo los barqueros parecen no darse cuenta.

(*) Tomado del Corriere della Sera, 18-12-2010. Traducción para este blog de Mariangela Di Bello