¿Más Política?

sábado, 29 de octubre de 2011

La utopía anti-mercado de los neo-republicanos

por Angelo Panebianco (*)


Un célebre sociólogo norteamericano, Alvin Gouldner, una vez declaró que nunca había querido ocuparse de política porque politics is about killing people, la política tiene a que ver con matar a la gente. Quien estudia u observa profesionalmente la política sabe, o debería saber, que en esa seca frase hay mucha verdad. Por lo tanto es preocupante lo que la crisis económico-financiera está provocando: las cada vez más numerosas invocaciones de un regreso a la Política con la p mayúscula, de la recuperación de un mando político plenamente soberano contra aquella “anarquía de los mercados internacionales” que habría dominado y permeado el mundo, nuestras vidas y nuestras mentes en los últimos treinta años. Aquellos que se han lanzado a la empresa de favorecer la difusión, en la opinión pública, de nuevos prejuicios anti-mercado deben omitir muchos detalles. Por ejemplo, el hecho que la burbuja inmobiliaria cuyo estallido provocó la crisis del año 2008 fue creada por la política y no por el mercado. O el hecho que la actual crisis del euro tiene un origen político: las marañas del gobierno griego, las indecisiones del alemán.
Obviamente es una regularidad de la historia: cuando llegan las crisis económicas las opiniones públicas se vuelven al Estado, a la política, para obtener protección y el coro de los intelectuales acompaña el movimiento teorizando y salmodiando. En los años Treinta del siglo pasado estaba de moda la “planificación”: el capitalismo laissez faire llegó a su fin, decían muchos, entramos en la era de la economía planificada (por la política). No lo pensaban solo los seguidores de Stalin. Estaban convencidos de ello también muchos que, al no ser comunistas, no querían que Occidente abandonara el camino de la democracia. ¿Fue entonces la política que solucionó la crisis? Seguramente sí. Pero, hechos los debidos conjuros, hay que recordar como finalmente lo logró: con una guerra mundial. Pedirle a la política que ponga remedio a tantos daños, muchos de los cuales provocados por ella misma, es necesario. Mas el pedido demasiadas veces está adornado reflotando antiguos argumentos anti-capitalistas. En nombre de una renovada superioridad de la política cuyos pasados desastres son públicamente ignorados. 
Respeto a los años Treinta hay/existe una gran diferencia. En ese entonces era posible aferrarse a la planificación y al socialismo. Pero, la planificación, junto a la URSS y al socialismo, y a muchas cosas más, ya terminó, hablando con respeto, en el basural de la historia. Y entonces, ¿con cuáles trapos ideológicos se puede revestir, quedando “políticamente correctos”, el antiguo prejuicio? El camino más andado, aparentemente, consiste en reflotar una vieja, y de por sí ilustre, tradición del pensamiento occidental conocida por los estudiosos como “republicanismo” y en usarla como arma contundente contra la economía de mercado. El neo-republicanismo trae sus fuentes de inspiración y sus modelos de antecedentes históricos (idealizados) como la república romana, las comunas medievales, las repúblicas italianas del Renacimiento. Pero las viejas ideas están empaquetadas de manera que puedan servir para nuevas finalidades. En la “buena república” – así se dice – rige la superioridad de la política y es una superioridad “democrática”, basada sobre la igualdad y la participación. Solamente la ley puede y debe vincular la política (pero, en general, los neo-republicanos omiten agregar que la ley, por lo menos en la Europa continental, donde rige la tradición de la civil law, es ella misma una creación de la política). Según el ideal republicano revisitado, la economía tiene que ser sujetada y subyugada por el mando político. La astucia está en el hecho que no es necesario agarrársela abiertamente con la “democracia burguesa”, como se hacía hasta hace unos decenios: es suficiente contraponer al “consumidor” (por definición vicioso o idiotizado por la publicidad) el ciudadano (por definición virtuoso). La ideología republicana, revista y corregida, permite contraponer la democracia al mercado, el mando político a la anarquía económica, la pública virtud a los vicios privados, el bien común (así como lo define la política) a los mezquinos, egoístas, intereses individuales.
La ideología neo-republicana es en esencia una máquina para reciclar pulsiones anticapitalistas. Es el sustituto, o el subrogado, de antiguos mitos socialistas en desarme. En ella encuentran cabida los viejos argumentos sobre la finanza-harina del Diablo, los nuevos anatemas anti-globalización y la demonización de las lobbies, culpables por ensuciar con los miserables intereses privados (aún cuando no existen violaciones a la ley) la pureza y la transparencia de la “ciudad” republicana, por atentar, con su misma existencia, a su virtud virginal.
Lástima que las cuentas no salgan para nada: no hay democracia sin mercado (aunque puede haber mercado, China docet, sin democracia), la finanza es el lubricante necesario de la economía, la globalización no es otra cosa que la dinámica proyección transcontinental de relaciones económicas, sociales, culturales y las lobbies, por fin, son el inevitable anillo de conjunción entre los intereses generados por el mercado y la política democrática.
Por lo que tiene a que ver además con la libertad de consumo, alimentada por la famosa “anarquía” de los mercados, ella es una cara imprescindible de la libertad. Elimínenla o comprímanla y eliminarán o comprimirán también la libertad política. En lugar de una nueva o una renovada ciudadanía habrán conseguido una nueva sumisión.
Las relaciones entre la economía y la política son complejas, hechas por continuas influencias e interferencias recíprocas, cuyos múltiples mecanismos, como reconoce la mejor literatura científica, todavía no logramos comprender del todo. Pero algunas cosas las sabemos. Especialmente tres. Sabemos, en primer lugar, que es equivocado creer que orden y desorden, respetivamente, son el fruto necesario de la jerarquía y de la anarquía. Por lo cual la política, por ser jerárquica, generaría orden y el mercado, en cuanto anárquico, favorecería el desorden. El mercado puede bien dar lugar a un “orden espontáneo” (como lo definía el economista Friedrick von Hayek), un orden no planificado ni querido por nadie mas generado por el encuentro y la agregación de un grandísimo número de planes y voluntades individuales. A su vez, el mando político (jerárquico) puede resultar un tremendo productor de desorden: guerras, feroces represiones, anomia social. En realidad, la política es, desde este punto de vista, un Jano bifronte: puede, en algunas circunstancias, favorecer el orden pero es también la fuente principal de las explosiones de desorden.
Estrictamente ligada a la idea equivocada que siempre relaciona el orden con la política y el desorden con el mercado, hay otra también, igualmente equivocada: la que se nutre del mito del gobernante omnisciente y omnipotente. Desde que empezó a influir en las políticas de algunos gobiernos la ideología planificadora (basada, precisamente, sobre ese mito) solo logró provocar catástrofes económicas. Como era inevitable, al ser falso que los gobernantes son omniscientes y omnipotentes. El conjunto de informaciones y conocimientos concentrados en sus mentes siempre es dramáticamente inferior a la suma de los conocimientos dispersos entre los operadores económicos, los consumidores, etc. Y los instrumentos administrativos para la aplicación de las políticas centralizadas chocan puntualmente contra la complejidad de las situaciones económicas y sociales, provocando cataratas de consecuencias no queridas y de efectos perversos.
Tampoco los gobiernos de las democracias escapan a esta regla. Uno de los dramas de la democracia es que la retórica democrática obliga a los gobernantes – si no quieren perder las elecciones – a fingir, frente al público, seguridades que no tienen, a dar a entender que tienen respuestas claras, que en absoluto no tienen, para los desafíos y los problemas que debemos enfrentar. Miren la crisis actual. No hay gobernante (de Obama a la Merkel, de Sarkozy a Cameron a Berlusconi) que no intente hacerles creer a sus propios electores que sabe exactamente lo que está haciendo y cuales consecuencias beneficiosas tendrá. Lo cual significa, simplemente, que las reglas de la política obligan a los gobernantes a mentir.
Una segunda cosa que sabemos es que las relaciones entre política y mercado pueden ser de dos tipos. En el primer tipo, la mayor parte de las relaciones económicas está “contenida” en una unidad política imperial, los confines políticos y los económicos coinciden: esa fue/ha sido la condición más frecuente en el mundo pre-moderno. En el segundo tipo, confines políticos y confines económicos divergen: mientras los mercados son, al menos potencialmente, mundiales, la política es fragmentada, dispersa en una pluralidad de unidades políticas (Estados). Esta es la condición prevalente en la edad moderna.
Propio sobre este tema Giorgio Ruffolo (la Repubblica, 27-08-2011) polemizó amablemente conmigo, atribuyendo a mi incorregible “liberalismo” una afirmación hecha en un editorial publicado en el Corriere del 13 de agosto: ahí había contrapuesto la vocación universalista de la economía y la individualista de la política, el carácter internacional de los mercados y el nacional de los gobiernos. En mi interpretación, aquella contraposición, típica de la modernidad, implica/supone tanto ventajas (la sociedad abierta occidental no hubiera sido posible de otro modo) como desventajas (los continuos desequilibrios y las periódicas crisis).
Yo no tengo ninguna dificultad en declararme culpable,  si de culpa se trata, de ese liberalismo que Ruffolo me atribuye. Pero la afirmación ante citada quería ser una constatación fundada en la experiencia histórica, no una toma de posición normativa. Los sistemas político-económicos cerrados (o sea imperiales) siempre terminan estrangulando tanto la economía como la libertad.  Éste, por lo menos, fue el desenlace en todas las civilizaciones conocidas. En cambio, los sistemas político-económicos abiertos (que combinan mercados internacionales y pluralidad de Estados), además de ser más dinámicos y vitales en el plano económico, son también capaces de cultivar mejor la siempre frágil plantita de las libertades individuales.   
Por último, sabemos que cuando se le permite al prejuicio anti-mercado difundirse, si no se lo combate, el resultado es realmente poner de nuevo la política “en el lugar de mando”, devolverle brillo (sea lo que sea lo que eso significa) a la Política con la p mayúscula, pero al precio de menos, y no más, democracia. Es una manera segura de aplanarle el camino al autoritarismo. Porque solo una política limitada y equilibrada por vivas y potentes fuerzas sociales es compatible con lo que llamamos democracia liberal. Y se da el caso que el mercado es, históricamente, junto a las instituciones religiosas,  el más importante generador de esas fuerzas. Ésta, de todas formas, fue la experiencia de algunos siglos de historia europea.
Puede ser que en los próximos años o decenios – pero el juego sigue todavía abierto – vayamos hacia un definitivo ocaso del liderazgo occidental. Un liderazgo en el que contó, ciertamente, la política, pero condicionada y equilibrada por sociedades que el dinamismo del mercado contribuyó a mantener pasiblemente libres, abiertas  y pluralistas. A una pérdida del liderazgo correspondería también el fin de las capacidades de atracción y sugestión de las instituciones occidentales: los nuevos “modelos político-económicos” tendrían, con buena paz de los neo-republicanos, rostros mucho más ásperos, mucho menos amistosos hacia las libertades individuales.
De la política obviamente no podemos prescindir. A ella nos encomendamos en la búsqueda de un poco de seguridad (aunque, al ser un Jano bifronte, a menudo decepciona nuestras expectativas). La política puede desarrollar pasablemente su tarea solo si está provista, como decía Maquiavelo, de “buenas leyes” y de “buenas armas”. Pero, sin embargo, siempre tiene que ser limitada, controlada, a través de otras fuerzas e instituciones sociales. Y hay que manejarla con cautela. Como conviene con los materiales inflamables o explosivos.

(*) El autor es Profesor de Ciencia Política de la Universidad de Bologna. Sus libros más recientes son Il potere, lo Stato, la libertà (Il Mulino, 2004) y L’automa e lo spirito (Il Mulino, 2009). Tomado del Corriere della Sera, 25-09-2011. Traducción para este blog de Mariangela Di Bello

miércoles, 26 de octubre de 2011

El mundo se estremece: de Túnez a Siria, de Grecia a España, de Chile a Estados Unidos, una crisis global y compleja sacude los cimientos del orden social y político. En una entrevista reciente Zygmunt Bauman dijo que “el 15-M es emocional, le falta pensamiento” (El País, 17-10-2011). ¿Es realmente así?



En las sucesivas entradas del blog iremos publicando algunas de las respuestas que comienzan a ensayarse, y liberales, neo-republicanos y anarquistas (entre otros) tendrán su lugar, en cierta manera contradiciendo al gran intelectual polaco, ya que las crisis siempre producen pensamiento!

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lunes, 3 de octubre de 2011

En estos días se han publicado numerosas crónicas sobre las publicaciones de Carlos. En los siguientes links podrán encontrar los comentarios de de algunos colegas.


Nuevo libro de Carlos Moreira.