Special Seminary and book presentation.

viernes, 21 de mayo de 2010



Dr Carlos Moreira
Newcastle University Santander Visiting Fellow

9 June 2010, 3pm
Bedson Teaching Centre 1.48
Jointly Organized by:
School of Geography, Politics and Sociology
School of Modern Languages
Americas Research Group

A propósito de la Pachamama, las cumbres y el cambio climático

miércoles, 19 de mayo de 2010

por Rhina Roux (*)

En relación con la polémica abierta por el debate Stefanoni-Blanco, que también es interés de Prada y de muchos de nosotros, creo que para pensar la nueva gramática de la rebelión es necesario pensar también la nueva forma de la dominación. Eso intentamos, o quizá apenas balbuceamos, en el texto Capitales, tecnologías y mundos de la vida. El despojo de los cuatro elementos (Adolfo Gilly y Rhina Roux, Herramienta 40, Buenos Aires, marzo 2009, pp. 21-46). Quisimos enfatizar ahí la cuestión del despojo, porque muchas discusiones parecen centrarse en un problema de políticas públicas (el neoliberalismo) (y sus cambios desde el aparato del Estado).

Si el diagnóstico es correcto, y el despojo adquiere nuevas proporciones gracias a las innovaciones tecnológicas, se iluminan de otro modo los significados profundos de las rebeliones indígenas (que no son, por cierto, y en eso coincido con Mabel Thaites Rey, porque el mundo es ancho y complejo, las únicas nuevas formas de la rebelión).

Pienso que lo novedoso de estas rebeliones, en contraste con otras épocas, es que en sus luchas actualizadas en defensa de la comunidad natural está también contenida su conexión empírica con otras luchas de afirmación del trabajo viviente, es decir, de la condición humana. En medio de la catástrofe ecológica que acompaña a la actual mutación en la relación de capital, lo que otorga una nueva universalidad a estas rebeliones es que, en la defensa de sus comunidades y territorios, está también contenida la afirmación de la vida humana frente a la racionalidad inherentemente depredadora del proceso-capital. En esas anduvieron las guerras del agua y del gas en Bolivia, el Movimiento de los Sin Tierra en Brasil, la defensa de la autonomía y de los territorios de las comunidades indígenas de México, Bolivia y Ecuador o la insubordinación de los pueblos indígenas de la Amazonia.

El nuevo contenido universal de la rebelión de las comunidades agrarias, expresado en metáforas y mitos propios de civilizaciones milenarias (es decir, desde los mundos de la vida en que esas comunidades interpretan el Diluvio en curso), no radica en la adopción de un discurso trascendental. Su soporte material y social reside en el enfrentamiento con un fenómeno nuevo: la generalización de la irrupción violenta y destructiva del capital en los antes dominios de la naturaleza y en sus propios mundos de la vida. A diferencia de Hugo Blanco, que el señor sí sabe bien de esto desde toda su vida, esto es lo que no parece entender Stefanoni, quien me parece se queda muy en la superficie, confundiendo el resorte profundo de la rebelión de la comunidad natural con los discursos de las muchas ONG's y recién convertidos al indigenismo que, ellos sí, pienso, pretenden convertir una experiencia histórica concreta y compleja en un nuevo modelo universal para todos los pueblos. El trabajo viviente, el no-capital, adquiere distintos y múltiples rostros. Experiencia acumulada y memoria, como dice Mabel Thwaites Rey, más cultura, resultan en un multicolor y fascinante rompecabezas de la rebelión.

(*) Rhina Roux es politóloga y profesora-investigadora en la Universidad Autónoma Metropolitana, Xochimilco (México), e integra el Grupo de Trabajo de CLACSO El Estado en America Latina. Rupturas y continuidades, que coordina la Dra. Mabel Thwaites Rey.

Crisis del capitalismo e imaginarios colectivos

jueves, 13 de mayo de 2010

por Raúl Prada Alcoreza *

Pablo Stefanoni, economista, investigador y periodista parece que no se ha dado por enterado de la crisis del capitalismo, de los ciclos del capitalismo, de las crisis ciclas del capitalismo, de las crisis financieras que anuncian el fin de un ciclo y el comienzo de otro. Menos puede esperarse que se haya enterado de la crisis congénita al crecimiento y el desarrollo capitalista, tampoco podemos esperar que comprenda lo que significa la crisis estructural del capitalismo. Por eso se ufana de dar una lista de situaciones y hechos donde trata de demostrarnos que el capitalismo está vivito y coleando, para terminar preguntarse que “¿no vendría bien un poquito de descriptivismo ante el riesgo contrario de salirnos completamente de la realidad?”. Parece concluir orgulloso con esta pregunta una columna que inscribe como título otra pregunta: “¿Una revolución mundial capitalista? “, calificándose un poco más abajo de aguafiestas, lo que parece hacerlo feliz. No estoy muy seguro que el economista haya entendido la diferencia entre la mirada orgánica, estructural e integral de los procesos, de la mirada descriptiva y, en este caso, diseminada de los hechos. Tampoco estoy seguro que el investigador haya investigado objetivamente las tendencias inmanentes del proceso de acumulación capitalista, menos su desplazamiento en las economías nacionales y la economía mundial. Estoy menos seguro que el periodista este informando sobre la relación de los hechos. Más bien parece tratarse de una toma de posiciones en el campo de batalla del proceso boliviano, optando por una tendencia pragmatista y realismo político en el campo de fuerzas que pugnan el proceso. Se cree muy ingenioso al descalificar los rituales y las ceremonias de la challa dedicadas a ofrendar a la pachamama, al cuestionar con cierto aire de pedantería y pretendido racionalismo las creencias, los saberes y las interpretaciones que giran alrededor de la cosmovisión del pacha, del equilibrio y la armonía dual y complementaria, que forma parte de las concepciones heredadas, recreadas y reconfiguradas andinas. El columnista considera que nos da una lección cuando distingue, usando a prestigiosos historiadores – que creo no estarían dispuestos a apoyar estos devaneos -, los movimientos indígenas en sus distintos contextos históricos, sobre todo los relativos a la rebelión indígena del siglo XVIII, de los discursos contemporáneos de reivindicació n cultural, anticoloniales e interpretativos de lo que se denomina como pachacuti, que quiere decir trastrocamiento, crisis, retorno; discursos que califica despectivamente como “pachamamismo”, lo que expresa un oculto racismo y los prejuicios recurrentes de una izquierda colonial. Toda esta elucubración no es otra cosa que la muestra de un gran desconocimiento del tema y del problema.

A pesar de haber investigado una ruta, la historia del instrumento político (MAS), que forma parte de todo un complejo de procesos inherentes de los movimientos sociales desatados desde la masacre del valle (1974), no parece haber entendido mucho de las lógicas inmanentes de estos procesos y de las dinámicas moleculares de los movimientos sociales, tampoco de las formas representativas que acompañaron la formación del instrumento político. Entre estas formas jugaron un papel politizador las recuperaciones simbólicas en los imaginarios sociales, en la reconstrucció n de las identidades colectivas; por ejemplo el discurso katarista ha formado parte de la atmósfera representativa y de legitimación de las resistencias, rebeliones y movimientos de las últimas décadas.

Lo que pasó en Tiquipaya tiene que ver tanto con una lectura de la crisis del capitalismo, desde la perspectiva de la crisis ecológica, como también con las reivindicaciones de los pueblos indígenas y el posicionamiento de otra perspectiva civilizatoria y culturar nombrada como vivir bien. Esta conferencia mundial de pueblos en defensa de la madre tierra desplazó las discusiones de las cumbres, circunscritas en la evaluación del calentamiento global, hacia el análisis de las causas estructurales del cambio climático. Este es un logro que no se puede desacreditar por una especie de deleite periodístico convertido en supuesta crítica. Llamo comienzo de una revolución mundial anticapitalista a este acontecimiento por el compromiso logrado por los movimientos sociales asistentes de defender los derechos de la madre tierra, identificando al capitalismo como la causa estructural de la crisis ecológica; creo que forma parte de los nuevos movimientos antisistémicos antiglobalizadores, anticapitalistas y ecologistas.

* Viceministro de Planificación Estratégica del Estado de Bolivia. Docente e investigador de Socología.

¿Adónde nos lleva el pachamamismo?

miércoles, 12 de mayo de 2010

por Pablo Stefanoni (*)

La cumbre de Tiquipaya, más allá de los pollos, los gays y los calvos que ocuparon amplias portadas de los medios, en lo que podría interpretarse como un lapsus presidencial, dejó una evidencia hacia el futuro: el proceso de cambio es demasiado importante para dejarlo en manos de los pachamámicos. La pose de autenticidad ancestral puede ser útil para seducir a los turistas revolucionarios en busca del "exotismo familiar" latinoamericano y más aun boliviano (al decir de Marc Saint-Upéry) pero no parece capaz de aportar nada significativo en términos de construcción de un nuevo Estado, de puesta en marcha de un nuevo modelo de desarrollo, de discusión de un modelo productivo viable o de nuevas formas de democracia y participación popular. Más bien, el pachamamismo –una suerte de "neolengua" a la moda- contribuye a disolver las profundas ansias de cambio de los bolivianos en el saco roto de una supuesta filosofía alternativa a la occidental, aunque a menudo es aprendida en espacios globales como los talleres de ONGs, en la calma de la Duke University o en los cursos supervisados por Catherine Walsh en la Universidad Andina o la Flacso Ecuador. Al final de cuentas, como queda cada vez más en evidencia, estamos en presencia de un discurso indígena (new age) global con escasa capacidad para reflejar las etnicidades realmente existentes. Y como en los países del socialismo real, esta "neolengua" puede ampliar hasta el infinito el hiato entre el discurso y la realidad (¿por qué no dicen nada del extractivismo y la reprimarización de la economía?, por ejemplo), debilitando las energías transformadoras de la sociedad. Así, en lugar de discutir cómo combinar las expectativas de desarrollo con un eco-ambientalismo inteligente, el discurso pachamámico nos ofrece una catarata de palabras en aymara, pronunciadas con tono enigmático, y una cándida lectura de la crisis del capitalismo y de la civilización occidental. O directamente, exabruptos interpretativos, como el de Fernando Huanacuni, funcionario de la Cancillería, que le dijo a un diario argentino que el sismo en Haití fue un pequeño aviso del ímpetu económico-global- cósmico-telú rico-educativo de la Pachamama. ¿Acaso [el alcalde electo de El Alto y cuestionado dirigente sindical] Edgar Patana hace política desde una nueva espiritualidad, [el senador y Ejecutivo campesino] Isaac Ávalos interviene en el Senado pidiéndole permiso al abuelo Cosmos o [el viceministro de Régimen Interior] Gustavo Torrico manejará la Policía con el criterio de que los derechos de la Pachamama (y de las hormigas) son más importantes que los derechos humanos? En Europa hay mucha más conciencia del reciclado de basura (incluyendo los plásticos) que en nuestro país, donde en muchos sentidos está todo por hacer, y un ecologismo informado –y técnicamente sólido- parece mucho más efectivo que manejar el cambio climático desde una supuesta filosofía originaria, a menudo una coartada de algunos intelectuales urbanos para no abordar los problemas urgentes que vive el país. Muchos de los errores oficiales en la cumbre no son ajenos a haberle entregado a los pachamámicos la temática del cambio climático, cuya irresponsabilidad impide a Bolivia jugar con seriedad en las grandes ligas mundiales. A muchos intelectuales, el laboratorio boliviano puede darles ingentes insumos para sus investigaciones, y muchas ONG están encantadas de financiar todo tipo de experimentos sociales. Pero para los bolivianos el costo de una nueva oportunidad perdida sería impagable por todos los proyectos de la Cooperación juntos. Addendum [Lo antedicho] provocó una respuesta airada de algunos compañeros, que –sin ser mencionados– se consideran parte de la corriente pachamámica, a la que, sin ninguna evidencia, buscan transformar en sinónimo de indígena y en la base ideológica única del actual proceso de cambio. En realidad, el indianismo era inexistente en el Chapare, y en el Altiplano, Felipe Quispe hablaba menos de la Pacha-Mama y el Pacha-Tata que de tractores, Internet, proyectos de desarrollo rural para los comunarios, en el marco de un proyecto nacionalista aymara. Kataristas e indianistas hacían política; los pachamámicos esoterismo. Yo nunca vi, pero quizás me equivoque, un bloqueo por el "vivir bien". Tampoco el pachamamismo fue la base discursiva de las rebeliones indígenas del siglo XVIII, XIX o XX, como Forrest Hylton lo muestra para Chayanta (1927), allí los caciques apoderados reclamaban educación y reconocimiento de sus autoridades y de sus tierras en alianza con sectores de la izquierda urbana, con una interpelación cargada de discursos antiesclavistas moderno/occidentales. Y en los 40 y 50 los sindicatos rompieron, en muchas regiones, con el rol conservador de las autoridades tradicionales en la preservación de un statu quo neocolonial. Muchas de sus categorías, como el chacha-warmi por tomar sólo una, no resisten la investigación histórica, y según Milton Eyzaguirre tiene más que ver con la imposición de la visión católica del matrimonio que con costumbres ancestrales. ¿Descolonizar será volver a las dos repúblicas del Virrey Toledo? Al fin de cuentas hay pachamámicos no indígenas e indígenas no pachamámicos -posiblemente la mayoría- por lo que considerar racista a cualquier crítica no tiene mucho asidero. Aunque parece profundamente radical, su generalidad "filosófica" no da ninguna pista sobre la superación del capitalismo dependiente, el extractivismo o el rentismo, ni sobre la construcción de un nuevo Estado, o la necesidad de formas "post peguistas" de hacer política. Aunque tiene poca incidencia en el Gobierno, el pachamamismo emite un discurso útil para que cualquier debate serio caiga en la retórica "filosófica" hueca. El debate sobre la descolonización no puede dejar de lado la tensión entre la supervivencia del gueto (bajo la forma de la preservación de la identidad y la cultura `ancestrales' o de las teorías del indio `buen agricultor' o directamente buen salvaje- ecológico estilo Avatar) y la asimilación: acceso a la cultura `universal'. Posiblemente de una vía intermedia entre ambos extremos pueda surgir un camino exitoso de descolonizació n y movilidad social y cultural. (Por algo en algunas haciendas, los propietarios, no precisamente pluri-multis, sólo dejaban entrar a curas que hablaran en aymara con sus colonos…no fuera que aprendieran castellano y se marcharan). El pachamamismo impide discutir seriamente –entre otras cosas– qué es ser indígena en el siglo XXI. ¿Acaso el propietario aymara de una flota de minibuses en El Alto, convertido al pentecostalismo, se puede asimilar sin más con un comunario del Norte de Potosí que sigue produciendo en el marco de una economía étnica? ¿Cómo es posible aplicar el modelo comunitarista en un país mayoritariamente urbano y atravesado por todo tipo de hibridaciones/ migraciones/ inserción en los mercados globales y surgimiento de una burguesía comercial indígena/chola? Y finalmente: ¿quién eligió a los globalizados intelectuales "pachamámicos" para hablar en nombre de los indígenas de Bolivia y del mundo? Sí, son preguntas de un "mono-pensador" pero quizás valga la pena responderlas.

(*) Publicado en Sin Permiso 09/05/10. El autor es director de Le Monde Diplomatique Bolivia

EL 1 DE MAYO, EL DIA DE LOS TRABAJADORES EN LA PAZ Y EN SANTIAGO DE CHILE

sábado, 8 de mayo de 2010

por Juan Carlos Gómez Leyton*

Es habitual que los 1 de mayo, las marchas y desfiles se multipliquen por las calles y avenidas de las principales ciudades del mundo capitalista. Para la mayoría de las y los trabajadores que integran las populosas concentraciones proletarias, no se trata de un desfile festivo sino de una protesta política, una expresión de poder, en contra del capital y su dominación como también el momento para expresar sus demandas y exigencias sociales, económicas y políticas, a los gobiernos, en particular, y a la sociedad, en general. Ese es el carácter que desde el siglo XIX hasta hoy ha tenido y debe tener el 1 de mayo, el día en que los trabajadores conmemoran a la larga lucha política por su emancipación social y económica. Por consiguiente, no es una celebración festiva y lúdica ni menos el día internacional del trabajo, sino un momento más de lucha.

Las conmemoraciones históricas, sociales y políticas tienen la cualidad de mostrarnos o reflejar como es la sociedad en que vivimos. He tenido la oportunidad de estar presente en distintas ciudades de “Nuestra América” y de Europa, el día en que las y los trabajadores del mundo recuerdan a las victimas de Chicago y manifiestan su “rabia” en contra el poder del capital. Esas experiencias observadas en Ciudad México D. F, Buenos Aires, Madrid, Salamanca y, ahora, en La Paz, me motivan a escribir estas reflexiones en relación con lo ocurre con la conmemoración del 1 de mayo, que año tras año convoca la Central Unitaria de Trabajadores de Chile, CUT, a la cual he asistido regularmente en los últimos 20 años con excepción de aquellos 1 de mayo que he estado en las ciudades antes indicadas.

Como sabemos la comparación sociológica y política es una forma de conocer, comprender e interpretar la acción social de los sujetos sociales de una sociedad dada y, no es algo “odioso” como lo plantea el refrán popular. Lo que voy hacer en este artículo, es un ejercicio sociopolítico comparativo libre, o sea, sin la rigurosidad científica ni analítica como lo impone el método comparativo en las ciencias sociales. Voy comparar la manifestación conmemorativa de las y los trabajadores de Bolivia y Chile, específicamente, la marcha, que tanto la Central Obrera Boliviana y la Central Unitaria de Trabajadores convocan los unos de mayo de cada año. Dado su regularidad calendar tiene una ritualidad y una rutinización posible de observar año tras año. En si se trata de dos actos políticos que pueden ser tratados como fenómenos sociológicos articulados por un actor social, específico, la clase trabajadora organizada, por lo tanto, podemos averiguar las razones estratégicas como los motivos que inducen a una acción determinada en un día específico: la marcha conmemorativa de 1 de mayo como manifestación del día de los trabajadores. Como actos sociales no pueden desligarse de lo que son sus sociedades o desprenderse de los procesos sociales políticos que las afectan.

En ese sentido son dos actos que se realizan en dos sociedades que se encuentran en momentos históricos muy distintos. Siendo ambas sociedades capitalistas periféricas y dependientes. Receptoras, antes que productoras, de la globalización mercantil-financiera. La sociedad boliviana, atraviesa por un ingente proceso de cambios políticos profundos que le han llevado a modificar completamente la superestructura jurídica-político del Estado, a través de la refundación del Estado-nación en una nueva forma estatal, el Estado Plurinacional en él cual se reconoce la autonomía de las diversas naciones que habitan el territorio boliviano; se ha establecido, recientemente, la democracia social participativa, un nuevo tipo de régimen político democrático. En el cual se instalan nuevas formas y mecanismos de articulación entre el poder local, regional y el plurinacional. En las elecciones del pasado 4 de abril, las diversas ciudadanías bolivianas estrenaron, no con pocas ni importantes contradicciones y conflictos políticos tanto para el bloque gobernante que dirige el Presidente Evo Morales como para las distintas oposiciones que se han constituido, el nuevo sistema político democrático. Podríamos decir que pasado el momento constituyente, la nueva democracia boliviana se puso en movimiento y comienza funcionar. Al mismo tiempo el gobierno del Estado Plurinacional ha continuado con sus políticas económicas tendiente a conformar una nueva base económica-productiva del país en correspondencia con las nuevas formas políticas y jurídicas del Estado Plurinacional como del régimen político. Ese su actual y más importante desafío. Cabe apuntar que durante la conmemoración del 1 de mayo el Presidente Evo Morales, en Corani, localidad del departamento de Cochabamba, ha firmado los decretos supremos 493 y 494 de nacionalización de tres importantes empresas eléctricas que operan en el país.

Se trata de una sociedad en movimiento, en proceso de cambio histórico y político. La sociedad plurinacional boliviana esta dejando atrás al viejo estado liberal y colonialista; a la democracia representativa y al proceso de acumulación neoliberal, pero su gran obstáculo sigue siendo, el capitalismo, o sea, la expropiación del excedente producido por los trabajadores bolivianos de manera privada. El excedente nacionalizado, siendo importante, sigue siendo relativamente marginal, al total del excedente producido por el capital privado nacional como extranjero que opera en la sociedad boliviana. Por último, la propiedad privada de los medios de producción por parte del capital productivo, mercantil y financiero conservan su intacta su dominación, o sea, en otras palabras, en ultima instancia, el capital conserva gran parte de su estructura de poder económico y por ende político. El capital es dominante, pero nos productor completo y único de la hegemonía.

Chile es todo lo contrario de lo que ocurre en la sociedad boliviana. En la sociedad chilena la dominación y hegemonía capitalista en su versión neoliberal es total y completa. El gobierno esta en manos de la derecha empresarial y de los sectores sociales y políticos más retrógrados y reaccionarios del país. Presidido por el representante del capital financiero-mercantil, Sebastian Piñera, ampliamente conocido por sus prácticas anti-sindicales y anti-proletarias, potencian la dominación capitalista más que debilitarla. Se trata de una sociedad conservadora, con una ciudadanía fragmentada, neoliberal e individualista, profundamente desigual y con una de las estabilidades políticas y sociales más destacadas de la región. Es una sociedad que experimenta un proceso de cambio en una dirección inversa de la que experimenta la sociedad boliviana. Es una sociedad despolitizada, sin movimientos sociales –independiente del movimiento social mapuche- en donde los sectores sociales opositores, que supuestamente resisten a la dominación capitalista, carecen de proyectos políticos e históricos alternativos con cierta viabilidad política y no ficciones de papel y retóricas demagógicas. Se trata actores políticos y sociales con mucha identidad pero sin libretos y sin narrativas políticas articuladoras de proyectos colectivos. En otras palabras, no tienen consciencia de clase, sino más bien, con valores de pertenencia a una colectividad grupal recargada de identidad cultural, pero no económica ni social.

Dicho lo anterior a modo de contexto, vamos a la comparación. Una primera constatación es la presencia masiva de trabajadores organizados en sindicatos. En Bolivia, el sindicalismo tanto el viejo como el nuevo es una fuerza social y política que se manifiesta vigorosa y pujantemente. Fue asombroso, en relación, a lo que he observado, durante los últimos años en Chile, la presencia de cientos de sindicatos de las más diversas ramas de la producción. Según la información periodística, 57 confederaciones agrupadas en la Central Obrera Boliviana, COB, marcharon el 1 de mayo por la calles de La Paz. Muchos me dirán, con justa razón, que en Chile la dictadura, primero, luego, la concertación, con sus políticas neoliberales, se encargaron de destruir el sindicalismo nacional y, por esa razón, no se ven a las y los trabajadores organizados en sindicatos marchando por las calles de Santiago u otras ciudades del país, con sus emblemas y estandartes como lo hacen los sindicatos bolivianos. Sin lugar a dudas, que ello es efectivo. Pero, también, tengo la impresión de que en Chile ser trabajador, obrero, proletario, no se ve con orgullo sino más bien como un pesado karma del cual muchas y muchos quieren escapar. Es una identidad social que complicada la existencia, por esa, razón muchas y muchos trabajadores que asisten a la marcha de la CUT, lo hacen portando su identidad grupal. Mientras que las y los trabajadores bolivianos, muchos de ellos ataviadas con sus trajes que los identifican como pertenecientes a una u otra nación originaria, lo hacen detrás del estandarte del sindicato de la fábrica en donde laboran, en otros, términos asisten como proletarios.

Una segunda comparación es la disciplina y orden en que las y los trabajadores marchan por las principales calles de la Ciudad de La Paz. El orden proletario no indica pasividad ni falta de combatividad todo lo contrario, sabemos bien de las luchas de la Confederación Obrera Boliviana (COB) tanto ayer como hoy en defensa de los intereses de las y los proletarios. Ni tampoco excluye la disidencia ni el conflicto entre las distintas tendencias políticas que se manifiestan, actualmente, al interior del movimiento obrero boliviano. Efectivamente, una de las pocas escaramuzas las protagonizaron los propios trabajadores, al confrontarse los sectores proletarios vinculados al sector fabril y los obreros vinculados a las actividades extractivas, minería. Los primeros críticos de las conducción del dirigente Pedro Montes, minero y cercano al gobierno, secretario de la COB. La marcha se inicio con la COB en la vanguardia y finalizó liderada por la Confederación General de Trabajadores fabriles de Bolivia, CGTFB. Las marchas que organiza la Central Unitaria de Trabajadores (CUT) se caracterizan por el desorden, la displicencia de los desfilan. Se trata de masas o, -como diría Negri- de una multitud heterogénea, ocultas entre cientos de banderas partidistas, emblemas varios, lienzos y pancartas con leyendas alusivas a demandas de todo tipo y situaciones, entre ese mar, uno que otro emblema sindical. Es una marcha que carece de organización social y política y, sobre todo, que nos habla de un deficit: disciplina política que se requiere para poder constituirse en un efectivo contrapoder político y social. En la “marcha de la CUT”, la manifestación política de las disidencias predomina ante la necesaria unidad en la diversidad política que debiera existir entre las y los trabajadores, para tener capacidad de imponer sus intereses a las fuerza del capital como de los gobiernos de turno.

Tercera comparación: la marcha de protesta de la COB y de las federaciones de sindicatos bolivianos no requiere de discursos políticos ni de números artísticos para tener masividad en su convocatoria. Las y los trabajadores asisten porque son parte de una organización sindical. El sindicato es la organización base y primaria de la fuerza proletaria boliviana. Además, asisten masivamente porque tienen aquello que en Chile muchos se encargaron en la propia izquierda de decir que era algo negativo: consciencia de clase, y no sólo identidad histórica social y política. Los que asisten son trabajadores de todas las edades, hombres y mujeres. Algunas de ellas con sus hijos en las espaldas. Su asistencia es una clara manifestación de la fuerza social y política del movimiento y de la importancia política del sindicato. En nuestros 1 de mayo, lo central lo constituye el discurso del presidente de la CUT, aunque nadie de los que asisten lo escucha. Puesto como es casi ya un ritual de los últimos 20 años, los asistentes a la marcha, comienzan a retirarse en el momento mismo en que el dirigente inicia su discurso y los diversos grupos de “combatientes revolucionarios” inician su intrascendente confrontación con la policía. Por cierto, son los medios de comunicación los más interesados en las palabras del presidente de la CUT. En la marcha del movimiento sindical boliviano que tuvo una duración de aproximadamente, dos horas y media. No hubo discursos ni números artísticos. Pero si consignas y carteles en los cuales se rechazaban las políticas del actual gobierno de Evo Morales y se demandaba la renuncia de la Ministra del Trabajo. E, incluso, carteles que aludían a la conducción política de los dirigentes de la COB. Al mismo tiempo se hacían oír las vivas a la clase trabajadora y los gritos que evocaban a los mártires de Chicago. En Chile el “babelismo voceril” es patético. Basta con revisar el audio del video realizado y subido a la web por los periodistas de radio Cooperativa de la marcha de la CUT, para comprobar lo que planteo aquí.

Cuarta comparación, la marcha de la COB y de la CGTFB fue una manifestación de las y los trabajadores organizados en sindicatos y no de los partidos políticos ni de los estudiantes ni de los pobladores, ni de la clase política oportunista como los concertacionistas que aparecieron el sábado en la marcha de la CUT, sino de los proletarios. O sea, como se decía, ayer, de los productores. Ello no quiere decir que no estuvieran los jóvenes universitarios ni los militantes de los partidos populares ni los pobladores ni otros grupos sociales de la sociedad civil, estaban presentes. Pero ellos eran los actores, ni siquiera secundarios, sino, simplemente, de reparto. Esta es una diferencia sustantiva con lo que ocurre con la marcha del 1 de mayo en Chile. La presencia de los estudiantes universitarios y secundarios y de las y los jóvenes militantes de partidos como de movimientos sociales y políticos varios es, manifiestamente, superior a la presencia de las y los trabajadores. Ellos son la multitud en el desfile. En la marcha de la CUT todos quieren estar y ser vistos y oídos. Aparecer en escena. Mucho mejor sin son captados por los lentes multiplicadores de la televisión. No es que estemos criticando su presencia, sólo quiero llamar la atención sobre el excesivo protagonismo que muchas veces ellos asumen. Remito a los lectores al video antes señalado. Su presencia masiva nos indica la debilidad ya estructural del movimiento sindical chileno. Cabe señalar que el sindicalismo boliviano, especialmente, el organizado en el COB ha sufrido diversas situaciones a lo largo de la historia, persecuciones, cooptaciones, corrupciones, fragmentaciones, tanto de las diversas dictaduras militares que siguieron al golpe de estado de 1971 como de la experiencia neoliberal que afecto a la sociedad boliviana desde 1982 hasta el aproximadamente el año 2000. Por consiguiente, la represión política y persecución de parte de las dictadura militar, ni las políticas neoliberales en materia laboral impulsadas por los gobiernos concertacionistas como las malas prácticas de los empresarios pueden seguir siendo invocadas como factores de la persistente debilidad del movimiento sindical nacional sino que su explicación tiene que ver con la conformación de una ciudadanía patrimonial, propietaria en base a ser empleado que percibe un ingreso y no un salario, por ende, la negación, por parte de las y los trabajadores, de la condición de asalariados, en otras palabras de proletarios.

Quinta comparación, la marcha de las y los trabajadores bolivianos es un acto de protesta social y política en contra del capital, de los abusos de los empresarios y/o en contra de las políticas laborales del gobierno. Y, no un acto mercantil. Las marchas de la CUT en los últimos 20 años se han convertido, siguiendo la tendencia de toda la formación socioeconómica nacional, en lugar en donde el mercado, diríamos empresarial popular, se instala. Allí es donde se vende todo lo que sea relacionado con el día internacional de los trabajadores o, simplemente, en buen momento para vender lo que sea, desde comida a libros o cualquier “chuchería” posible. A lo largo del espacio por donde va transitar la marcha proletaria, los comerciantes populares instalan sus improvisados puestos. En ellos la mercancía en su doble condición, al decir de Carlitos (Marx), con valor de uso y de cambio (lucro, incluido) se impone con toda su majestuosidad capitalista. De esa forma la marcha de la CUT se ha transformado en un gran espacio mercantil, en un pequeño “mall”. Pero este fenómeno no es privativo del 1 de mayo sino también de cualquier otro acto político organizado por las fuerzas políticas populares, ejemplos, de ellos es lo que ocurre, para el día 11 de septiembre, o, basta con asistir al “gran mall” de la fiesta de los abrazos cada enero. Se justifica este “mall” político-popular, señalando que se trata de un mecanismo mercantil para que algunas colectividades y organizaciones sociales y políticas recauden ingresos. Pero esta justificación siendo, tal vez, correcta, pienso que agrava la cuestión, porque esas agrupaciones que, por lo general, tienen un discurso anti-mercado, consideran a los asistentes a la marcha, no sólo como manifestantes que protestan en contra de la dominación social, económica y política que les impone el mercado capitalista, sino como potenciales consumidores-clientes. El contraste con la marcha del 1de mayo en La Paz es altamente gratificante. Puesto que no encontré a lo largo de todo el recorrido de unas 20 cuadras por el Paseo El Prado de la Ciudad de La Paz, ningún vendedor popular ni un kiosko del partido x o z, o de alguna organización social u ONG vendiendo, absolutamente, nada. Una maravilla, fantástico. En las calles de La Paz, estaban las y los trabajadores, en un acto político, serio, combativo, reivindicativo y responsable. Y, no en un paseo lúdico, artístico ni en un acto consumista. Era una marcha libre de mercado.

Sexta y última comparación. En todo el recorrido de la marcha no observe ningún tipo de disturbio, ni desmanes, ni ataque por parte de los manifestantes a las entidades bancarias, financieras, casas comerciales, u otras de ese tipo como ocurre frecuentemente en Santiago. Salvo la gresca entre los obreros fabriles y los mineros antes señalada, por la conducción de la marcha. Tampoco observé una disposición a la confrontación con la fuerza pública. La cual a diferencia de lo que ocurre en Chile, estaban presentes, pero a una distancia bastante prudente de la marcha. El desfile transcurrió en paz. En Santiago es, también, parte del ritual político: si la marcha no termina en una feroz gresca con los “pacos”, con cientos de detenidos, miles de pesos en destrozos en la propiedad pública y privada, con unas cuantas bombas molotov y lacrimógenas y centenas de piedras lanzadas, otros cuantos manifestantes golpeados por las fuerzas espaciales y no hubo marcha ni manifestación política de los trabajadores. La violencia política que se manifiesta en la marcha del 1 de mayo como también el 11 de septiembre, no ha producido consecuencia alguna en el sistema político nacional que no sea aumentar la fuerza represiva del aparato del estado en contra de cualquier acto político popular. No ha contribuido hacer más fuerte al movimiento obrero y popular. Ni tampoco ha permitido que las organizaciones políticas y sociales que se manifiestan de esa forma logren tener una mayor incidencia en la sociedad civil o en el movimiento popular. No sirve para acentuar la supuesta calidad de revolucionaria de las organizaciones como de los militantes que las protagonizan.

Estas comparaciones que hemos realizado en torno a la conmemoración del 1 de mayo por parte del movimiento obrero y sindical boliviano y la Central Unitaria de Trabajadores de Chile ha tenido como objetivo señalar y marcar las diferencias entre ambas instancias con la intención de que las y los trabajadores chilenos puedan comenzar a recuperar la dignidad de ser proletarios y, sobre todo, la capacidad de organizarse para luchar por sus reivindicaciones políticas, sociales y económicas. Pues la única forma de confrontar el poder del capital hoy en el gobierno es conformando un poder sindical fuerte y unido. Mientras que las y los trabajadores continúen apoyando directa o indirectamente con sus acciones sociales, económicas, políticas y culturales a la sociedad neoliberal, su enajenamiento en ella será mayor. Y, sobre todo, la reproducción de la hegemonía y dominación capitalista perdurara más allá de los eventuales gobiernos del capital empresarial como ocurre hoy en día.

* Dr. en Ciencia Política-Historiador. Profesor Titular y Director Académico del Doctorado en Procesos Políticos y Sociales en América Latina, UARCIS. Investigador becario CONICYT-Beca Chile. Realiza una estancia académica posdoctoral en la Universidad Autónoma de México, UNAM y en el CIDES, de la Universidad Mayor de San Andrés, UMSA, de La Paz, Bolivia.