Sobre la pregunta

miércoles, 16 de septiembre de 2009


Hace unos días los presidentes Sarkozy y Lula da Silva acordaron que Francia transferirá Brasil tecnología y equipamiento militar por valor de 12.500 millones de dólares, incluyendo cinco submarinos (uno de ellos nuclear), 50 helicópteros y 36 aviones caza. Desde hace cinco años, Venezuela ha comprado a Rusia aviones, helicópteros y armamentos, y en julio pasado, anunció un nuevo acuerdo que le permitirá duplicar el número de tanques. Colombia cede bases militares a Estados Unidos, y éste país reactiva la IV Flota de guerra para surcar las aguas de América Latina. Perú, Chile y Bolivia se suman a los países que han comprado armamentos en los últimos años.

“América latina, ¿hacia una paz armada hasta los dientes?” se pregunta el diario mexicano Milenio en su edición del domingo pasado, y las señales parecen indicar que efectivamente hay una carrera armamentista en el continente. La incógnita es si está derivará en conflictos bélicos en los próximos años.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Entiendo que América Latina, y en especial América del Sur, se encuentra en una situación en la que constituye un complejo de seguridad (en términos del concepto acuñado por Barry Buzan). Es decir, se trata de una región que comparte percepciones comunes de amenazas, poder y seguridad. Básicamente sus amenazas, se encuentran fuera de la región. Por ello, ésta tiende a reforzar eaquellos valores compartidos, que se expresan en conceptos tales como: zona de paz, cláusula democrática, proscripción de las armas de destrucción masiva y lucha contra las armas ligeras, en fin, una región del mundo atípica por su alta valoración de la paz y su permanente apelación al diálogo político y a la solución pacífica de las controversias, comprometida con el desarrollo progresivo del derecho internacional público.
El Plan Colombia y, tras su retirada de Manta, el empleo de bases en Colombia, tiene un efecto pernicioso y distorsivo. Lo que se remarca en el discurso, es una presencia intermitente, de Estados Unidos. Lo cada vez más obvio, es la cercanía estratégica de estas bases a la Amazonia, la biodiversidad, el agua, el gas y el petróleo de la rica región sureña.
Un cambio en el liderazgo y las percepciones de la dirigencia norteamericana y el reconocimiento recíproco de los valores compartidos, además de un activo rol de la propia región para considerar constructivamente las principales demandas de los Estados Unidos, son los factores claves para que América Latina deje de ser considerada una “periferia imperializable” y aleje de Colombia la presencia distorsionante del Comando Sur (Russell, 2004).
La acción de la potencia hegemónica aparece como el principal factor de regionalización del conflicto y promueve la militarización de las fronteras, en especial por parte de Brasil y de Venezuela.
Frente a esto, encontramos dos tipos de política diferenciales. Brasil, por su parte, realiza una inversión militar, que carece de virtualidades ofensivas en la región, y que resulta compatible con su tránsito a potencia global, con la defensa del rico yacimiento del presal, así como con su condición de país promotor del Consejo Sudamericano de Defensa, el principal dispositivo regional de defensa. En este, la potencia emergente, promueve políticas de mutua y previa información, es decir, medidas creadoras de confianza.
Las compras se realizan a Francia, un país núcleo de la Unión Europea –junto a Alemania- esto es, a un socio de los Estados Unidos, a una región comprometida con el mantenimiento de la paz y la seguridad. La política de Venezuela parece la versión negativa de la foto. Sus inversiones en armamento, parecen tener un rol fundamentalmente defensivo, pero dada la proximidad con Colombia y las malas relaciones entre ambos vecinos andinos, el fantasma de un eventual empleo militar en la región no queda excluido por completo, a ojos de los analistas. Además, las fuentes del equipamiento bélico son potencias estratégicamente opuestas a Estados Unidos y todo ello es reforzado por una diplomacia presidencial expresamente alineada con los enemigos de Washington. Ello dista de llenar el segundo elemento de exclusión del conflicto, que es la garantía que América del Sur debe proporcionar en todo momento, de que Washington no tiene peligros que temer desde esta región.
Nadie cree realmente que América Latina pueda significar hoy una amenaza para Estados Unidos, pero tiene un claro valor estratégico, reforzar esta percepción.
En resumen pues, en mi modesta opinión, no hay una carrera armamentista en América del Sur. Hay una única y fuerte amenaza a la paz y a la seguridad, que es la presencia militar de los Estados Unidos en Colombia, directo factor de militarización de la Amazonia.
Sería una pena que la región no hablara con una sola voz en este tema y sería un grave error ofrecer siquiera una leve sombra de sospecha sobre nuestra sideral distancia respecto de cualquier esquema estratégico hostil a los Estados Unidos, lo que no debe excluir una activa política contraria a su presencia militar. Enrique Martinez Larrechea